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La soledad de Adán

Mª Begoña Ruiz Pereda

A lo largo de los últimos diez años he colaborado en diversas iniciativas de pastoral familiar. Con frecuencia tengo la oportunidad de acompañar a jóvenes que sienten una profunda atracción por la vida matrimonial y esperan, con mucha inquietud, que aparezca la persona adecuada con la que poder casarse. La inquietud se convierte a veces en ansiedad. El hecho de que aparte de la voluntad propia y la de Dios, se requiera el concurso de una tercera libertad hace que la espera se tiña de mucha incertidumbre. ¿Y si al final “el otro”, ese/a que Dios tenía pensado para mí no responde, no aparece? ¿Dónde queda mi vocación en la vida? ¿Podré vivir con sentido? ¿No depende mi vocación y por tanto mi felicidad de esa libertad desconocida que no sabemos si acertará a responder adecuadamente?

Percibo una especie de “miedo escénico” a la soledad (de no casarse cuando uno quiere) y me he preguntado muchas veces hasta qué punto las personas a la hora de decidirse a dar el paso de comprometer la vida lo hacen con un nivel de libertad suficiente.

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