De la íntima conexión entre la cuestión antropológica y la cuestión matrimonial y familiar surge la necesidad de expandir fuera de los recintos académicos una voz y un pensamiento vigorosos, que sean respuesta a esa necesidad que hoy se hace clamorosa en el seno de un mundo globalizado: “Esta es la hora de la familia, en la Iglesia y en la sociedad”, nos decía Juan Pablo II en el encuentro de familias de octubre de 1994, porque es evidente que “El futuro de la humanidad pasa a través de la familia” (FC 86).

En esta sección haremos acopio de documentos, elaborados para esta página o propuestos en foros específicos, que de otra forma pasarían desapercibidos y que esperamos se conviertan en un instrumento idóneo y necesario, para todos aquellos que trabajan en el campo de la familia.

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¿Cuál es el fundamento de la espiritualidad conyugal?
La propuesta de Juan Pablo II a la luz de la "Regla del amor"

Juan de Dios Larrú

La espiritualidad conyugal recibió un gran impulso a raíz de la publicación de la encíclica Casti connubii de Pío XI el 31 de diciembre de 1930. El contexto histórico inmediato de su publicación estuvo marcado por dos eventos singulares: el matrimonio irregular de la princesa de Saboya con el rey de Bulgaria, y la conferencia de Lambeth en la que los prelados anglicanos admitieron como lícita la posibilidad de impedir la procreación por medios distintos de la continencia. La finalidad inmediata del documento era presentar a los hombres de su tiempo la verdadera doctrina sobre el matrimonio, siguiendo de cerca la estela de la encíclica Arcanum divinae sapientiae (10.02.1880) de León XIII en el cincuenta aniversario de su publicación.

El conocimiento de los valores

Alfonso López Quintás

¿Qué función ejercen los valores en nuestra vida? Si respondemos que desempeñan un papel decisivo, debemos averiguar cómo los conocemos. ¿Basta, para ello, movilizar la inteligencia o debemos disponer nuestro ánimo para responder a su apelación? ¿Cuál es el criterio para considerar algo como valioso? Estas son las preguntas que han inspirado mi análisis.

Se cuenta que, en plena guerra, un soldado le dijo al capitán: “Un amigo mío no ha regresado del campo de batalla, señor. Solicito permiso para salir a buscarlo”.
-“Permiso denegado –replicó el oficial-. No quiero que arriesgue usted su vida por un hombre que probablemente ha muerto”.
El soldado, haciendo caso omiso de la prohibición, salió, y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial se puso furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto! ¡Ahora he perdido a dos hombres! Dígame, ¿merecía la pena salir allá para traer un cadáver?”.

Y el soldado, moribundo, respondió: “¡Claro que sí, señor! Cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: Jack... estaba seguro de que vendrías”.

 

El Cuerpo Eucarístico de Cristo, fuente de la caridad conyugal

Carmen Álvarez Alonso

La caridad conyugal tiene su fuente específica y permanente en la Eucaristía y, a su vez, encuentra su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaristía. Ambas realidades se implican y se explican mutuamente. Ahora bien, dado este mutuo reclamo entre Eucaristía y caridad conyugal, es preciso preguntarse: ¿hasta qué punto los esposos cristianos se han apropiado existencialmente de ello? ¿Es posible que en el matrimonio se viva esta realidad con un cierto extrinsecismo? Tendemos, quizá, a ver esa gracia específica del sacramento del matrimonio, que es la caridad conyugal, como algo que se nos añade desde fuera, como algo que viniese a suplir y paliar las limitaciones propias de todo amor humano, sin darnos cuenta de que, en realidad, esa caridad conyugal que mana de la Eucaristía es un dinamismo permanente del Espíritu, que fluye y vivifica desde dentro la vida y el amor de los esposos. La caridad conyugal que nace de la Eucaristía ayuda a romper el círculo cerrado de un amor esponsal finalizado a sí mismo, un amor que “da” pero que no “se da”. En lugar de hacer de esa esponsalidad cristiana que se vive en el matrimonio un ejercicio de caridad conyugal, corremos el riesgo de vivir esa conyugalidad sin la caridad que fluye de la Eucaristía, como si ambas realidades pudieran ser autónomas. Esto, sin embargo, es dar forma específica y peso propio a ese drama agudo de la separación entre la fe y la vida, drama que puede llegar a convertirse en un estilo, pacíficamente asumido, de aparente cristianismo.

La epopeya moderna del amor romántico

Juan José Pérez-Soba

“En el principio era la acción.” Esta frase, central y programática en el Fausto de Goethe, era claramente la abierta declaración de un nuevo principio, el de una nueva época. Se trata sin duda de la expresión de una cumbre de la modernidad, pero al mismo tiempo supone un cambio muy importante de dirección en la misma.


La familia y la transmisión de la fe

Juan de Dios Larrú

“Pues evoco el recuerdo de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2 Tm 1, 5).

En este versículo de la segunda carta de S. Pablo a Timoteo se encuentra como una breve síntesis de la cuestión de la transmisión de la fe en la familia. Timoteo, hijo de una mujer judía creyente, Eunice, y de padre griego (Hch 16, 1), que Pablo conoció en Listra, es heredero de una profunda fe. La expresión “fe sincera” se utiliza en la 1Tm 1, 5 junto a estas otras dos “un corazón limpio”, y “una conciencia recta”.

S. Pablo exhorta a Timoteo en esta misma carta a perseverar en lo que ha aprendido y en lo que ha creído, teniendo presente de quiénes lo aprendió desde niño, cuando conoció las Sagradas Escrituras (2Tm 3, 14-15). Denomina de modo significativo a Timoteo “hijo querido” (a)gapht%=), “verdadero hijo en la fe” (1Tm 1, 1) ya que ha sido generado a la fe por Pablo que le ha conferido el bautismo y no dejará de animarle a combatir el buen combate de la fe (1Tm 6, 12) como buen soldado de Cristo Jesús, como atleta que corre hacia la meta (2Tm 2, 3.5)

 
La filosofía personalista de Karol Wojtyla

Juan Manuel Burgos

El primer encuentro de Karol Wojtyla con la filosofía fue singularmente duro y estuvo causado por su decisión de ser sacerdote. Hasta ese momento se había movido casi exclusivamente en el terreno del pensamiento simbólico y literario, como correspondía a un poeta y estudiante de filología polaca que aspiraba a dedicarse al mundo del teatro. Pero los estudios sacerdotales imponían un bienio filosófico, y Karol Wojtyla se encontró frente a frente y sin mediaciones con una versión de la metafísica tomista abstracta, compleja y llena de fórmulas escolásticas. El impacto inicial fue muy arduo, pero después de una dura lucha intelectual por comprender, su valoración final fue muy positiva: “Cuando aprobé el examen, dije al examinador que, a mi juicio, la nueva visión del mundo que había conquistado en aquel cuerpo a cuerpo con mi manual de metafísica era más preciosa que la nota obtenida. Y no exageraba. Aquello que la intuición y la sensibilidad me habían enseñado del mundo hasta entonces, había quedado sólidamente corroborado”. A partir de ese momento, intuición, sensibilidad y análisis filosófico irían para siempre unidos en la mente plural de Wojtyla.


 
La originaria fuente del amor: el Corazón traspasado

Juan de Dios Larrú

«Ves la Trinidad si ves la caridad» (S. Agustín, CCL 50, 287). Esta sentencia de S. Agustín, que entrelaza estrechamente al hombre, el misterio trinitario y el don de la caridad, se encuentra en el corazón de la encíclica, estableciendo como el lazo de unión entre los dos hemistiquios del díptico que la componen. Captar la correspondencia y la unidad de las dos partes del documento es esencial para descubrir el significado último del mismo. Ya el versículo con el que se abre la encíclica, tomado de la primera epístola de S. Juan, apunta a esa mutua y dinámica relación entre Dios y los hombres por el lazo de la caridad a través del verbo permanecer. La permanencia, la durabilidad en el tiempo, es nota propia de la caridad como un nexo de unión que implica la mutua permanencia de aquellos a quienes une. El agápē que une a los hombres entre sí y con Dios se encuentra, para el obispo de Hipona, en íntima relación con el Espíritu Santo (J. Granados, 2002). La clave para esta afirmación la encuentra Agustín en la Escritura, más concretamente en el Evangelio y la primera carta de S. Juan. La obra propia del Espíritu Santo es realizar, hacer posible esta permanencia de la caridad.

La vía de la interioridad: conciencia y amor

Juan José Pérez-Soba

“Consuélate, no me buscarías si no me hubieras encontrado”. Este pensamiento de Pascal de honda raíz agustiniana, expresa una de las convicciones más fuertes que inspiran su libro Pensamientos precisamente en su condición de apuntes para una gran apologética del cristianismo. La expresión tiene como fin abrir un camino hacia un Dios vivo que está realmente presente en la vida del hombre, pero que su descubrimiento requiere no ceñirse a la intención consciente, ni al juicio humano, sino que es preciso ir más allá, conducir al hombre al reconocimiento de algo previo a sus acciones y pretensiones, a una realidad que va a ser fuente de sentido de todas ellas. De aquí su infatigable insistencia ante el presunto incrédulo para incitarle a que busque a Dios por un medio cualquiera, aunque fuese mediante la práctica rutinaria de pequeñas acciones religiosas externas. Tal estrategia intelectual se fundamenta en la profunda seguridad de que es Dios mismo el que sale al encuentro del hombre, y que el problema no consiste en no encontrarlo, sino en no saberlo reconocer. El pensador francés quiere por tanto abrir una brecha para que el incrédulo o el mero indiferente pase de una simple “posibilidad intelectual” de la existencia de Dios pretendidamente neutra y realmente negativa, a una búsqueda positiva “como si Dios existiese”.

 
Las doce fases del desarrollo personal
Hacia una pedagogía de la admiración

Alfonso López Quintás

En enero de 2003, cierto telediario de gran audiencia destacó que nos hallamos en el primer aniversario de la muerte, por sobredosis, de la cantante Janis Joplin. Se la elogió como la “reina blanca del blues”, y, tras recordar que su vida estuvo entregada a toda clase de drogas, se concluyó que había sido “una mujer totalmente libre”. ¿Están preparados los jóvenes actuales para descubrir la forma de manipulación que late en este mensaje televisivo? En caso negativo, no están debidamente formados para vivir en un momento de la historia tan fecundo y tan arriesgado, a la par, como el presente.

 
Un corazón que ve: el amor tiene sus propias razones

Juan de Dios Larrú

En el primero de los relatos de la creación que contiene el libro del Génesis aparece la luz como lo primero que Dios crea. La luz no es, por tanto, para la fe bíblica objeto de veneración cultual. El Sol y la Luna no son los ojos de la divinidad sino que son luminarias colocadas en la bóveda celeste por el Creador. La luz es invisible, pero es lo que permite que veamos y distingamos todo lo que nos rodea.


 
Vocación al amor y teología del cuerpo

Juan José Pérez-Soba

“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15,31). Estas palabras puestas por San Lucas en boca del Padre misericordioso y dirigidas al mayor de los hijos, el que siempre estuvo en casa, son, al mismo tiempo, la expresión más genuina de un encuentro personal, y la promesa de un futuro que en sus palabras se explicita. El hijo reconoce en esta exhortación el valor de la presencia del Padre en su vida, que hasta entonces no había descubierto, pues ponía la medida de su servicio solo en relación a sus deseos, por ignorar el amor paterno recibido. Con ello, descubre cuál era su auténtica herencia que no consistía en bienes perecederos como creyó antes el hijo menor, sino el bien inmenso que brota de saber vivir “para el padre”. Esta herencia es un elemento esencial a lo largo de la parábola y si pudiera parecer que queda oculta o juega un papel secundario, en realidad, su valor es tal que se la podría llamar con todo merecimiento la parábola de la “herencia maravillosa”.